Dijo de él Don Amador de los Rios; “La letras le deben no pocos servicios y la ciudad de Toledo parte de la educación de sus hijos”, y es que Don Ramón Fernández de Loaysa fue ante todo un bibliófilo.
Nació Don Ramón en San Martín de Pusa en el año de 1784, fue colegial en Santa Catalina en Toledo, bachiller en Teología, presbítero, doctor en Jurisprudencia por la Universidad de Toledo, profesor de Cánones, historiador, miembro de la Real Academia de la Historia, consejero de Gobernación y sobre todo bibliotecario.
Don Ramón compaginó su actividad de bibliotecario con la de historiador, escritor, profesor y sacerdote, es por su labor de bibliotecario por la que es más conocido, pues a el se le debe el mantenimiento y engrandecimiento de la Biblioteca Provincial en una época de grandes conflictos.
Sus inicios como bibliotecario.
En 1806 se le nombra por el Cardenal Luis María de Borbón, Segundo Bibliotecario de la Biblioteca Arzobispal de Toledo, que con la llegada del Cardenal Borbón tras la marcha a Roma del Cardenal Lorenzana tenía cerca de 30.000 volúmenes.
Fue propuesto para dicho puesto por el Vicario General, que en estos términos recomendaba a Loaysa;
«Este joven es de mucho talento, de buen juicio y de excelente conducta y podrá ser muy útil en qualquiera parte que se le destine; pasa a graduarse de grado mayor en este año, y no dudo que reciba con todo honor esta condecoración. Entre todas las ocupaciones que se le pudieran dar, en mi dictamen debía preferirse la que le ocupe en el estudio de los Libros, a que ha tomado mucha afición. Como esta en edad proporcionada, podría destinársele con una decente pensión a estudiar las Lenguas Griega y Hebrea en el Escorial, y si a esto añadiese algunos conocimientos del Árabe, podría ser un joven muy útil para la Biblioteca de V. Em, y aun para la de esta Primada Iglesia, y me atrevo a decir que necesario atendidas las circunstancias del día y lo preciso que se hace tener alguno por lo menos que de noticias con fundamento de las preciosas antigüedades que se encierran en esta Ciudad.»

La defensa de la biblioteca.

A los dos años fue nombrado Bibliotecario Primero, puesto que ocupó durante la Guerra de la Independencia, pues a él se debe que la biblioteca no cayera en manos francesas y más cuando el Palacio Arzobispal fue ocupado por los gabachos, a tal fin, Don Ramón, desmembró la biblioteca, desorganizándola y apilando libros en diferente sitios, sin ningún orden, así los franceses no apreciaron que los volúmenes tuvieran ningún interés.
En el periodo de el Cardenal Iguanzo, (1825-1836, la biblioteca no tenía fondos para más adquisiciones, por la poca recaudación de los diezmos, por lo que Don Ramón se tuvo que bajar el sueldo y solo contaba como ayudante con el portero.
Pero aún peor fue tras la muerte del Cerdenal Iguanzo, la sede primada quedó se cubrirse hasta 1847 y era tal la crisis económica que se despidió al conserje y Don Ramón estuvo varios años trabajando sin sueldo.
La Comisión Central de Monumentos.
Con la llegada de las desamortizaciones, el gobierno fue incautando las obras de arte de los conventos y monasterios desamortizados, entre ellos sus fondos bibliográficos.
También con las desamortizaciones se creó la Comisión Central de Monumentos Históricos y Artísticos y en 1845 la biblioteca arzobispal, también se desamortizó y se integró, aunque separada a la creada Biblioteca Provincial, pasando Don Ramón a ser su Director, esta vez cobrando del erario público y administrando más de 70.000 volúmenes.
Aunque clérigo tenía simpatías políticas por el liberalismo, lo que le llevó tanto a enfrentarse con las autoridades civiles como religiosas en defensa de los fondos de la biblioteca, ejemplo de esa defensa es la carta que escribió desde su retiro en su casa de San Martín de Pusa el 22 de mayo de 1847 al Arzobispo, con el pesar de lo poco que había hecho la iglesia por mantener su biblioteca:
«Si existen, pues, Biblioteca y Gabinete su conservación no se ha debido a los eclesiásticos que (la pluma se me cae de las manos, las lágrimas corren sobre mis mejillas) que, vuelvo a decir, por obligación y decoro eran los más obligados a mirar por tan dignos objetos; los pasos dados por las Comisiones Científica y de Monumentos y casual traslación del’ Colegio Militar han sido la salvación de estos ornamentos de la mitra arzobispal”
Las guerras internas entre el arzobispado y la Comisión de Monumentos por la biblioteca arzobispal continuaron, incluso hasta la muerte de Don Ramón en diciembre de 1856, fue tan triste el final y su apego por biblioteca, que estando de cuerpo presente se personaron en su domicilio una comisión del Gobierno de la Provincia reclamando a sus herederos la llave de la Biblioteca Arzobispal, como de un usurpador se tratase.
Su actividad como docente.

Fue profesor, rector y decano de la Universidad de Toledo hasta su suspensión y profesor de literatura e historia en su Instituto.
Como profesor tuvo gran influencia sobre Gaspar Núñez de Arce, este vallisoletano llegó a Toledo con sus padres, pues su padre era funcionario de correos y por lo precoz del joven con la literatura, dejaron su formación en manos de Don Ramón. Núñez de Arce, ejerció de periodista, político libera y fue ministro de Ultramar en el gobierno de Sagasta.
Como cosecuencia se su labor en la enseñamza escribió varias obra, dedicadas a la oratoria y la pedagogía.
Su aportación como historiador.
Desde 1818 formó parte de la Real Academia de la Historia, a la que aportó un documento de 1521 del general de las tropas de Carlos I, el cual contenía las capitulaciones de los Comuneros de Toledo.
Así mismo localizó un códice gótico del Fuero Juzgo de los usos de Carrión de los Condes (Palencia), participó con la Sociedad Económica Matritense en la edición del tratado de Agricultura General de Alonso de Herrera, también localizó una concordia entre el cabildo de la Catedral y el Ayuntamiento de Plasencia y colaboró con su amigo Amador de los Ríos en facilitarle diversas obras para su Historia de la Literatura Española.
Don Francisco Ramón Fernández de Loaysa, otro ejemplo más de grandes personajes desconocidos de nuestra tierra, un valdepuseño que buscaba en su pueblo el sosiego y descanso que los avatares políticos y sociales no le dejaban en Toledo y al que se le debe gran parte de lo que hoy es la Biblioteca de Castilla-La Mancha.
Fuentes:
.- GUTIÉRREZ GARCÍA-BRAZALES, M. La Biblioteca Arzobispal de Toledo y su transformación
en Biblioteca Provincial. Anales Toledanos, 1976, vol. XI
.- GUTIÉRREZ GARCÍA-BRAZALES, M. Una década liberal para la sede toledana (1833-1843), el «intruso» González Vallejo.
.- FLORES VARELA, C. Algunos apuntes sobre la biblioteca provincial de Toledo (1835-1878). Revista Archivo Secreto 7, Parte 9.
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