Esta tierra nuestra, ahora cubierta de olivos por doquier, fue desde siempre tierra de “pan para llevar”, es decir una tierra cerealista, cuyos labradores supieron complementar el cultivo del cereal con el olivo, y en las tierras más pobres con majuelos de vides.
Los Segadores
La labor más trabajosa del cereal era la recolección, podríamos decir la larga recolección, que empezaba con la siega y no finalizaba hasta ver el grano en las trojes.
La siega de las cebadas se iniciaba allá por finales de mayo, dejando los trigos para mediados de julio.
Los segadores eran contratados en cuadrilla, a la cabeza de la misma un mayoral quien reclutaba a segadores y ateros para su cuadrilla y a su vez se encargaba del ajuste, para quién segar.
La jornada empezaba temprano, tras dormir en las labranzas, y tomar el desayuno, por lo general unas migas canas, es decir; con leche, se encaminaban al corte, a comenzar la siega.
Los segadores previamente habían preparado las hoces, el sombrero de paja, los dediles, también llamados cascabillos, realizados principalmente de cuero y también de caña. Éstos servían de protección a la mano izquierda. Para las piernas estaban los leguis, unas protecciones de cuero con hebillas, que se colocaban por debajo de la rodilla e impedía los posibles cortes con la punta de la hoz en las espinillas. Sujeto al cinturón o la faja un pañuelo para limpiarse el sudor o para utilizar como venda improvisada ante algún corte y la faja con una función de contención ante el dolor lumbar o de riñones, como se dice por aquí, provocado por estar continuamente agachado.
Una vez estaba la cuadrilla al completo, el mayoral marcaba el tajo, él o el segador más veterano se ponía en el corte y el resto de segadores se iban alineando a su izquierda.

Ateros
Luego estaban los ateros, con los atillos a la cintura, la horquilla para recoger la mies y las delanteras de cuero para preservar los pantalones y las piernas. Generalmente había un atero por cada dos o tres segadores, todo dependía de la maña que éste se diera, los ateros se ayudaban unos a otros para no quedarse rezagados y poder seguir a los segadores.
Uno de los accidentes más comunes eran los cortes con la hoz, por eso se tenía mucho cuidado en terrenos muy pedregosos, pues el roce de la hoz con una piedra podía cambiar la dirección de ésta y provocar un corte en la mano izquierda o en una pierna, cuando sucedía y el corte era superficial, utilizaban para cortar la hemorragia una planta la “lengua de buey”, separaban del tallo la piel que le envolvía y lo ponían sobre la herida cortando la hemorragia.
Se recogían en gavillas que se iban hacinando esperando ser trasladados a las eras.

La hernandilla y el gazpacho.
En estas, llegaba el medio día, ya hacía algunas horas que el sol calentaba de lo lindo y los segadores y ateros esperaban impacientes la llegada de la hernandilla o andandilla, como se dice por estas tierras, ésta no era otra que la cocinera de la cuadrilla, que a modo de despensa improvisada llevaba en el serón del borriquillo o en las aguaderas el ato para dar gusto a los exigentes estómagos.
Segadores, segadores, que vienen las hernandillas con el aire de la burra se menean las gavillas
En un pispás sacaba la hortera y se disponía hacer un gazpacho. Este comenzaba machacando ajos, sal con un chorrito de aceite formando una pasta, a continuación, incorporaba el tomate que se machacaba, el pepino, un poco de cebolla bien picadita y algo de vinagre, a esto se añadía agua fresca del cántaro y tras algunas vueltas se añadían a retorcijón unos pedazos de pan de hogaza para terminar de ensopar el gazpacho.
A su voz; «¡hombres a comer!«, se formaba un corro alrededor de la hortera, a la sombra de una encina, todos metían la cuchara de madera o un cantero de pan, hasta acabar con el fresco gazpacho, que como suero divino les daban fuerzas hasta la cena.
Al acabar la jornada, tras quitarse el sudor y el polvo de la siega en el río, si este estaba próximo o en la pila de pozo de la labranza, era el tiempo de la cena y… al fresco de una parra de tertulia diaria, como enclopedia de sabiduría popular que era la tradición oral, hasta la hora de dormir. Con suerte dos meses de siega eran los jornales para poder comer casi medio año.
El acarreo
El acarreo era el trabajo previo a las tareas de la era, las gavillas se iban echado en los carros con las horcas, a los que se les habían añadido unas estacas para que cupieran más, y encima del carro se iban colocando con cierto cuidado, pues era una labor fácil, de una buena colocación de la carga dependía de que el carro volcara o no.
La era, que previamente había sido limpiada y barrida de las hierbas de la primavera y, brillaba su empedrado con el sol, iban llegando los carros y las mieses se iban dejando en el emparvadero a espera de ser trillada.
El trabajo de la era
Cuando se presentaba una buena cosecha, se decía; «Hasta que no lo veas en la era llámalo hierba«, a lo que otro aún más precabido respondía; «Es en la era y todo… y lo llevan las hormigas»
En la era comenzaba el trabajo para poder empezar a ver el rendimiento de todo el año.
Pronto se disponían hacer el redondo de la parva y se comenzaba a montar los trillos, que previamente habían repuesto los pernales que les faltaban del año pasado. Las primera vueltas servían para ir asentado la parva y a medida que la trilla avanzaba, con los bielnos se iba dando la vuelta a la mies para ser trillada por completo.
Había tiempo para echar un cigarro a la sombra de los carros o el gango y un trago de agua de la cuba o el galápago, debidamente recubierto de esparto, que la mantenía siempre fresca.

Se recogía la parva con los rastrillos, preparada la ser venteada, allí era dónde varias palas lanzaban al aire la mies y como se dice; se separaba la paja del grano.
Aún quedaba tarea en la era, no se podía desperdiciar nada de esa costosa labor, con los harneros se separaban los tascones y la tierra de haber limpiado la parva, así mismo se separaban las granzias, que eran semillas y granos partidos que posteriormente se utilizarían como pienso para gallinas o cabras.
Incluso tras barrer la era con las imprecindibles escobas de escabezuela, la tierra mezclada con el grano se echaba en una espuerta de esparto para las gallinas sel corral.
Economía circular, lo llamamos hoy.

El grano limpio formaba el pez, se le daba esta forma para en caso de tormenta que el agua se quedara superficialmente sobre el grano y no penetrara en todo el montón, evitando así el entallecimiento o la podedumbre.

Los zagales abrían los costales y el mayoral les iba llenando con la media fanega, dos medias un costal. Grano cogido, grano medido y pesado, ahí las romanas hacían su trabajo.
De la era a los carros y caballerías, camino de las trojes. Una media fanega de trigo pesa aproximadamente 22 kilos y una de cebada 16, por lo que el trabajo de medir también requería de gran esfuerzo físico. Como medidas también estaba la cuartilla y el celemín.

Si el los granos se guardaban en las trojes, la paja en los pajares. Para el acarreo de la paja se dotaba a los carros de unas redes realizadas con cuerdas, una vez cargado el carro y transportado hasta el pajar había que meterlo por los boquerones con los bielnos, y dentro una o dos personas, casi sin respiración por el polvo, se encargaban de ir colocando la paja.
Y así se cumplía un año más el rito de la cosecha,