La recogida de la aceituna tal como la recuerdo.

Para los que ya frisamos los 60 años y para los que ya los han superado, el comienzo del mes de diciembre nos recuerda el ajetreo en los pueblos por los ajustes de las cuadrillas para la aceituna. Era el comienzo de un periodo de dos meses donde los pueblos bullía y parecía que revivía, se notaba alegría, pues no en vano el duro trabajo de la recolección empleaba varios miembros de las familias a “ganar el jornal”.

Recuerdos y añoranzas.

Las cuadrillas estaba compuestas, generalmente, por un mayoral, y entre cinco u ocho hombres aproximadamente y el mismo número de mujeres, además de cuatro o cinco muchachos para realizar la terea de mantear.

Allá por finales de los 60 y principios de los 70, ya estaba incorporado el tractor a las faenas agrícolas, aunque todavía se veían algunas cuadrillas, más bien familiares, con sus pares de mulas y su carro. Los primeros Ebros o Barreiros tiraban de los remolques camino de los olivares, previamente cada cuadrilla había quedado en su punto de encuentro, plaza, plazuela, corralón o a la salida de los caminos, allí el tractorista o mayoral de forma cuidadosa disponía una banqueta o silla chica para facilitar la subida al remolque de las mujeres, las cuales iban enfundadas en más de una capa, como las cebollas, para protegerse de las heladas y el frío de las mañanas de invierno.

Completaba el ajuar acitunero, un buen pañuelo a la cabeza o gorro de lana, en las manos unos mitones y para recoger la solá o los suelos, es decir las aceitunas caídas, los cascabillos, generalmente de bellota, que protegían los dedos de los cardos, las piedras y el desgaste de uñas. Como complemento necesario e imprescindible, la cesta de mimbre, a veces heredada de madres a hijas, otras adquirida a alguna familia de gitanos, de los de tartana y galgo, expertos en esos trabajos artesanales.

El trabajo de la mujer recogiendo los suelos era muy duro, todo el día agachadas, de rodillas a veces hasta sentadas del cansancio, recogiendo de una en una, llenando la cesta y esperando acabar una oliva para poder estirarse un poco y los días más fríos acercarse a la lumbre para calentarse las manos que con el frío y la humedad los dedos se quedaban engarabitados.

De la aceituna venimos, 
venimos pocas, 
porque quedan en casa
las perezosas

Dentro de la relección de una misma oliva, la tarea más ingrata era recoger las aceitunas aldeás, es decir las salteadas y más lejanas al árbol, lógicamente porque era un continuo levantarse y agacharse y la más agradecida recoger las que estaban más próximas al tronco, pues el ejercicio de levantarse y agacharse era menor.

A la voz del mayoral un par de mujeres se ponían a rebuscar aceitunas entre los ramones de los desmantes.
Las mujeres iban siempre por delante de la varea de los hombres, para que el árbol a varear estuvieran recogidos los suelos, y con ello no pisar el fruto caído como consecuencia del viento o del coco, una diminuta oruga que se criaba dentro de la aceituna y la hacía perder vigor y caer al suelo con facilidad.

Después de las mujeres, en este trabajo en cadena, correspondía a los manteadores preparar la oliva para el vareo. Hasta la llegada del nailon, las mantas para la recogida eran de lona, la cuales iba amentando de peso según iba avanzando la temporada, pues se impregnaban del aceite que soltaban las aceitunas al ser pisadas, y en este a su vez del polvo y tierra del suelo, y que decir si además el terreno estaba húmedo y las mantas se iban mojando.

Dependiendo del fruto, los manteadores desmateaba, es decir se vaciaban las aceitunas de las mantas, cada un par de olivas vareás, una vez limpias ya se podían volver a poner en la próxima oliva.

Tras el desmante, los manteadores quitaban los ramones más grandes y llenaban las seras con las aceitunas, unas espuertas de esparto sin asas que se echaban sobre el hombro para transportar el fruto hasta al lugar de acopio y limpieza, que generalmente estaba junto al ato.

En aquella época las aceitunas tenían que llegar limpias de ramas y hojas al molino, y hasta que no llegaron las primeras máquinas de limpiar, también llamadas burras, la limpieza se efectuaba de forma parecida a la del cereal, lazando al aire las aceitunas con un platillo aprovechando alguna ráfaga de viento y la pericia de quien lo lanzaba para separar las hoja del fruto.

Antes de la mecanización del campo con los tractores y remolques, en algunas cuadrillas estaba la figura del borriquero, cuya función principal era trasladar en una caballería o un par de ellas las aceitunas en los costales al molino, para lo cual dependiendo del fruto y la distancia al pueblo, podía hacer tres o cuatro viajes al día.

La acción de la varea la tenían encomendada los hombre, aunque a veces, para ir avanzando en el tajo, echaban una mano a las mujeres en recoger los suelos. Cuatro o cinco hombre por oliva, vareandolas con las varas de castaño era suficientes para dejarla limpia, tanto las faldas como las picollas eran recorridas en alrededor a la búsqueda de alguna aceituna que rebeldemente aun permanecía en el árbol. En las olivas más grandes, alguna llamadas machunos, había un encargado de varear las de arriba o picollas, generalmente era joven ágil para subirse a las partes más altas del árbol, quien con cuidado de no romper las ramas, con una vara pequeña, llamada varito, iba tirando a las mantas la aceitunas más altas.

Cuando toda la cuadrilla se juntaba era a la hora de la comida, además de reponer fuerzas, suponía el momento de tertulia, chismorreo y también de descanso, las tardes pasaban volando, pues ante de las cinco la cuadrilla ya se disponía a recoger y dejar el corte para el próximo día.

Con las aceitunas que se habían recolectado se iban llenando sacos de lona y costales y estos a su vez al remolque. En el regreso se apreciaba el cansancio de la jornada y los sacos y mantas mullidas hacían de improvisadas colchonetas donde acurrucarse buscando algo de descanso.

Recogida de la aceituna 1950. Archivo de RTVE. (Los videos de Maika Youtube)

Al mayoral le acompañaban al molino un par de hombre para descargar y pesar lo recolectado, por aquella época no existía el pago por rendimiento en aceite de la aceituna, si no que se paga por kilo entregado. Tampoco se trataba como un fruto, pues recordamos como en los molinos se apilaban montones de aceitunas, las cuales llegaba a fermentar e incluso a criar moho, y a los molineros separando y tapando unas partidas de otras con capachos y picando con pico la mole de aceituna que se había hecho un bloque para poder molerla. Aun así el aceite, sin exquisiteces, nos parecía buenísimo y más en una rodaja de pan tostada en el hachón de la caldera del molino, el llamado sopetón.

Viejo molino de aceite.

Tras la recogida del olivar, todavía el ecosistema del olivar tradicional daba más producción a los vecinos de los pueblos, era el rebusco. En tiempo de holganza, entre un jornal y otro, salían al campo los rebuscanderos en busca de las aceitunas que las cuadrillas había dejado en los olivares, era una economía de supervivencia, donde cesta a cesta y saco a saco, llevaba a muchas familias con esas aceitunas asegurarse un par de arrobas de aceite pa’el año.

El último día de recolección era el día del remate, una especie de fiesta y auto homenaje a los miembros de la cuadrillas, ese día cada cual aportaba algo para “endulzar” el fin de la temporada; rosquillas, flores de dulce, etc., también se aprovechaba la lumbre de ese día para quemar algunas prendas de ropa que se habían utilizado durante toda la temporada, como un acto de purificación hasta el próximo año.

Y así los pueblos volvían a la normalidad de aquella sociedad, las mujeres a sus tareas domésticas, los hombres a la espera de nuevos jornales, aunque algunos seguían reenganchados en el olivar con la monda o poda.

Hemos querido expresar las vivencias de la recogida de la aceituna en los olivares tradicionales, antes que la mecanización y el olivar intensivo se llevara por delante una forma de vivir, que no volverá, que en algunos aspectos no sería mejor que la actual, pero que seguro que era más afectiva y sostenible.

También hemos resaltado un vocabulario relacionado con el olivar que hoy está desapareciendo, aunque aún quedan vocablos o localismos que no hemos mencionado como; tocón, estaca, maquila, chupón, etc. y otros que se han incorporado últimamente y que fueron ajenos a esta tierra. Os dejo este diccionario del aceite de oliva por que queréis sumergiros en los palabros del oro líquido.

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