Aquellas fiestas de antaño.

A partir de los primeros años 50 de pasado del siglo XX los vecinos de San Martín de Pusa habían empezado a salir de la postguerra, donde habían sufrido mucha necesidad y realizado grandes sacrificios, pero todo ello no era obstáculo para quitarles las ganas de fiesta.


Lo recursos eran poco, pero el entusiasmo mucho, y al igual que la arquitectura popular utiliza para la construcción las materias primas del entorno, en la fiesta el ingenio hacía recurrir a aquello que se tenía más a mano, así de un esbelto chopo salía una cucaña que se impregnaba de jabón o sebo y en lo alto un pollo o un par de pichones para atrapar, otras veces, la cucaña se ponía en horizontal sobre un gran charco del Navajatas y a ver el valiente que la cruzaba, con los costales viejos o los sacos de “Nitrato de Chile” se hacía una entrompicada carrera de sacos, con la maroma para sujetar los haces en los carros, dos grupos de los fornidos mozos tiraban cada uno de una punta de la cuerda para medir sus fuerzas, la reja de un arado servía, a modo de jabalina, para encumbrar al mejor lanzador, los pucheros viejos de barro, ennegrecidos y cubiertos de lañas, se rellenaban de harina, agua, yeso, agua sucia, etc y los ingenuos mozalbetes con los ojos tapados por una cinta y provistos de un garrote, empezaban a barruntar donde podrían estar los pucheros, por la cuerda de la que colgaban, a los que dedicaban una sarta de garrotazos esperando que tras la rotura de alguno de ellos apareciera el pequeño tesoro de un puñado de monedas de dos reales y alguna peseta que había dispuesto la autoridad.


Pero había distracciones mayores, como era el noble arte de Cúchares. La plaza terriza se convertía en un ruedo improvisado realizado con los carros del municipio, el día del espectáculo las mujeres acudían con una silla y se instalaban sobre los carros, mientras los muchachos se ponían debajo de éstos, a veces para ellos había espectáculo en el ruedo y también mirando hacia arriba, entre las tablas del carro. Siempre había algún valeroso aficionado que queriendo dar unos lances ante su paisanaje, terminaba con algún que otro revolcón.


Como muestra la foto entre procesión y espectáculo dos muchachos de San Martín hacían equilibrios sobre una de las primeras bicicletas de la época, ellos eran Gregorio Talavera y Julián Talavera, mi tío y mi padre, hábil fue el fotógrafo Rico que captó la instantánea, en la misma se ve la plaza de toros realizada con los carros y los corrales del palacio que hacían las veces de toriles.

Si hubo alguien que gustaba de promover la realización de este tipo de actividades lúdicas, ese era Pedro Fernández Manzanero, quizás por su pasión por el cine. En los años 70 del pasado siglo ideó una competición equina, pero no de la noble cabaña caballar del municipio, si no de anegados y sufridos asnos. La competición fue todo un éxito, hubo premio para el primero y el último, algún jinete antes de empezar ya contaba con premio seguro, dado el jumento que montaba. La foto es el certificado fidedigno de la prueba, en el centro los cinco jinetes participantes, pónganles ustedes los nombres, en el extremo de la izquierda el juez Marceliano Almendro, en el de la derecha el ideólogo Pedro Fernández, todos rodeados del expectante público.

Las fiestas populares, nacieron de la participación del pueblo y, como habíamos inicado, de las ganas de divertirse o de romper la monotonía de tiempos oscuros. La fiesta necesita del pueblo y de la idiosincrasia de sus gentes que impregne plazas y calles, porque al igual que no hay dos personas iguales, tampoco hay dos pueblos iguales.

¡Felices Fiestas del Stmo. Cristo de Valdelpozo 2022!

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