Ahora que en nuestros pueblos van desapareciendo algunos establecimientos que llevaban años prestando sus servicios, principalmente por la jubilación de quienes les regentan y la falta de un relevo generacional, es bueno recordar que no siempre fue así.
Hace décadas los pueblos tenían “casi de todo”, eran prácticamente autosuficientes en lo referente a los suministros de alimentación, comercio y trabajos profesionales de lo más diverso.
De ese dinamismo es importante resaltar el emprendimiento, pues una misma persona podía regentar varias actividades, como veremos más adelante, incluso no relacionadas unas con otras
De la actividad económica de San Martín de Pusa vamos a hablar en este artículo, para ello tomaremos como referencia dos anuarios de comercio e industria que nos ha facilitado Conchi Gil, a quien se lo agradecemos, uno de 1925 y otro de 1957
Anuario de 1925.

Empezamos por el anuario del año 1925, en aquel entonces, San Martín contaba con 1.465 habitantes de hecho y 1.511 de derecho. Las autoridades municipales las encabezaba el alcalde, Regino Manzanero y el secretario Humiliano de Lucas. En cuanto a la justicia; el juez era Isidoro Benítez, el secretario del juzgado Gregorio Martín, el fiscal Natalio Casarrubios y el secretario Jesús Martín.
En las comunicaciones, había servicio de autobús de la Empresa Hispano Toledana con Erustes a las 9,30 h de la mañana, para los que quisieran coger el tren, a un precio de 4 ptas. asiento y a Los Navalmorales a las 12 horas de la mañana a 1,75 ptas.
En enseñanza había escuela de niñas, cuyas maestras eran Doña María Anastasia Burriel y Doña Pilar Señorans, y de niños, siendo los maestros Don Francisco de Varga Ruiz y Don Matías Roda. También había un profesor de música, que a su vez ejercía de sacristán, Ángel Hidalgo.
La farmacia estaba a cargo de la viuda de Samuel Fernández, que como veremos, además de la farmacia, era uno de los principales propietarios.
Contaba la villa con abacerías, es decir pequeñas tienda de comestibles en las que se vendían legumbre, bacalao, vinagre, etc, y lo que se denominaban artículos de consumo diario. Estaban regentadas por: Rogelio Alba, Juan Asperilla, Germana Hidalgo, Segunda Jerez, Marcelino Lorenzo, Félix Martín, Gregorio Martín, Matías Rosado, Luis Rosado, Nicolás Rosado y Vicente Vigoli.
Una de las actividades más importantes era la relacionada con el aceite. Se diferenciaba entre la producción, es decir los molinos, y la venta. Había industriales que tenían prensa y venta de su cosecha a la vez, como eran: la Viuda y Hderos. de Samuel Fernández, el farmacéutico, Hderos. de Leandro Hernández, Antonio Giro y el Marqués de Zugasti. Luego estaban los que disponían de su molino y molían para otros, como; Hijos de Eugenio Manzanero, Domingo Marín, Alfredo Sánchez-Rubio y Francisca Sanchez y por último estaban aquellos que solo vendían el aceite “cosechero” que les habían molido otros, como: Samuel Brichete, Leocadia Cabezudo, Leandro Díaz y José del Sol.
Como vemos la actividad olivarera tanto de cultivo, como de producción era económicamente muy importante y emplearía a bastantes trabajadores en las diferentes actividades, principalmente en los molinos.
Si seguimos con la molienda, había dos molinos harineros, uno del marqués de Zugasti y otro de Leandro Hernández, el llamado El Molinillo, que como habíamos visto, ambos también poseían molinos de aceite.
En otras actividades industriales, podemos incluir las relacionadas con la alimentación. Por aquel entonces el pueblo disponía de cinco panaderías; Gregorio Espuelas, Marceliano Lorenzo, Zacarias Ocaña y Nicolás Rosado este Nicolás también regentaba una abacería. La confitería estaba a cargo de Juan Menor y las dos carnicerías eran de Higinio Carriches y Gregorio Martín, el secretario del juzgado. El pescado lo abastecía Joel Ruizado y la caza Pilar Martín.
En lo referente a la construcción existían buenos maestros albañiles, algunos continuadores, de sagas familiares; Rumualdo Fernández, Pascual y Tereso Hidalgo, Dionisio Martín y Doroteo Pérez. Pero si la mano de obra era importante no lo eran menos los materiales necesarios para la construcción, por ello San Martín contaba con hornos de tejas y ladrillos cargo de otra saga familiar, los “de la Iglesia”, en esa época en manos de Deosgracias de la Iglesia y Mariano de la Iglesia. La madera y carpintería la aportaban los carpinteros Lucas Tostón y Regino Tostón, mientras que Valeriano Sosa estaba especializado en la construcción de carros. La forja y el hierro también era importante tanto para la construcción como para la agricultura, servicio que prestaban las herrerías de José Corral, Francisco de la Rocha y Julián Corral, éste último especialista también en hojalatería.
La sanidad humana o animal estaban bien cubiertas; el médico era Plácido Mareque Barja, practicante Pedro Fuster y el veterinario Isidoro Benítez, que a su vez ejercía de juez de paz.
EL comercio estaba representado por las llamadas quincallerías que englobaban diferentes géneros, desde el textil a componentes de ferretería o bazar, había tres, los de Tomás de Lucas, Gregorio Martín y Pablo del Pino.
Si querías hacerte un vestido o un traje, también había modistas; Petra García y Felipa Giro.
Los alojamientos hosteleros estaban a cargo de dos mujeres, con sendas pensiones; Pilar Martín y la viuda de Gerardo Lorenzo del Puente.
Pero si algo no puede faltar en un pueblo son la tabernas, como punto de encuentro y convivencia en el aquel primer cuarto de siglo XX, San Martín estaba bien servido, nada menos que ocho establecimientos, regentados por; Julián Asperilla, Teodoro Blázquez, Pilar Martín, Eustaquio Olmedo, Luis Ribera, Matías Roda, Luis Rosado y Eloy Tostón.
A las tabernas había que surtirlas de vino y también había industriales que vendían vinos cosecheros, cuando aún existían viñedos y se daba uso a las numerosas bodegas del pueblo, estos eran: Julián Asperilla, Leandro Díaz, Teodosio Martín, Matías Rodas, Doroteo Rojas y Ruperto Valero,
Y por último los zapateros, más bien trabajadores del cuero, lo mismo hacían unas albarcas como un zurrón o una canana; Agripino Barroso, Fabián Ocaña y Bonifacio Uceta.
Destacar de todos los mencionados a Pilar Martín, una mujer emprendedora, y más en aquellos años, pues regentaba una taberna, vendía vino cosechero y tenía una de las pensiones del pueblo.
Anuario de 1957.

En 1958 tras la Guerra Civil y los años más duros de la postguerra, San Martín seguía siendo un pueblo con bastante actividad comercial, industrial y de servicios. En la comparación con 1925 destaca el relevo generacional de algunas actividades, que recaían en hijos u otros miembros de la familia, consiguiendo así el asentamiento en el municipio de las generaciones más jóvenes.
El municipio tenía 1.505 habitantes de hecho y 1.961 de derecho. Los cargos municipales estaban distribuidos de la siguiente forma: Alcalde José Martínez, Secretario Manuel Hernández, Juez Municipal Lucio Martín, Fiscal Manuel del Pino.
Había servicio de autobús a Talavera por San Bartolomé.
La enseñanza estaba a cargo de D. Antonio Pérez de Vargas y Julián Carrillo, aunque el anuario no dice nada de maestras, entendemos si habría alguna.
En relación con la producción y venta de aceite, se ve un importante descenso en las prensas, manteniéndose únicamente la de Juan Jerez, mientras que eran bastantes los propietarios olivareros que vendían aceite cosechero; Pablo Díaz, Julio, Marcelino y Pedro Fernández, Eduardo, Manuel y Ramona Hernández, Gregorio y Virgilio Manzanero, Julio Martín, Daniel Méndez, Sucesores de Pablo del Pino y Hdros. de Alfredo Sánchez.
En el comercio y la alimentación se percibe una especialización que no había en 1925; las tienda de comestible habían aumentado, siendo éstas las de; Gundemaro Barroso (Gunde), Valentín Gálvez-Rojas, Vicenta Iniesto, Clemente Martín, Sucesores de Pablo Pino, Dionisio Pinto, Ángel Poza y Eulogio Vázquez. Las carnicerías las regentaban Gundemaro Barroso y José Martín, como otras actividades una misma tienda podía tener comestibles y carnicería. Panaderías había cinco; Pablo Díaz, Vicente Iniesto, Juan Gálvez, Félix Ocaña y Zacarías Ocaña, mientras que las buñolerías y confiterías eran las de Honorio García, Juan Gómez y Juan Antonio Manzanero.
Existían cinco despachos de leche; el de Josefa Fernández, Manuel Hernández, Hderos., Marqués de Zugasti, Pedro Lorenzo y Gregorio Martín.
El comercio de tejidos a cargo de Clemente Martín y Sucesores de Pablo Pino, el de paquetería por Ángel Poza y la zapatería, arreglos y venta, por Juan Ocaña.
En la construcción destacaban los albañiles; Tereso Hidalgo, Vicente Hidalgo, Dimas Jerez y Andrés Jerez, las herrerías de Julián Corral y Basilio Pinto, las carpinterías de Celedonio Tostón y Valeriano Sosa y el tejar de Julián de la Iglesia.
En cuanto a la sanidad, seguía de médico Juan Jerez, de veterinario, Isidoro Benítez, el practicante era Ciriaco Fernández-Giro, la comadrona era Isidora López y la farmacia estaba a cargo de Modesto García.
Seguíamos teniendo alojamientos, dos pensiones a cargo de Gundemaro Barroso y Pilar Martín.
Las modistas eran Felicitación Acevedo, Segunda Fernández y Gloria Tostón y las peluquerías estaban a cargo de Fernando Juárez (Patuleto) y Eufemio Pozas.
Se diferenciaba entre tabernas y bares, siendo el bar como algo más moderno, éste era regentado por Justo Martín y las tabernas por Valentín Gálvez, Justo Lorenzo (más tarde Bar Los Hermanos), José Martín y Dionisio Pinto. Siguiendo con el vino, aún las viñas no habían sido erradicadas del término municipal y se vendían vinos cosecheros por parte de; Vicente Iniesto, Gregorio Manzanero, Virgilio Manzanero, Lucio Martín, Pilar Martín y Daniel Méndez.
Y por último la espiritualidad la representaba el párroco D. Teodoro Sainz de Ibarra y como organista, pues la figura del sacristán fue desapareciendo, Ana María Brichette.
A partir de la década de los 60 del pasado siglo, la mecanización del campo, llevó a la falta de trabajo, que unido a las mejores condiciones laborales de las ciudades y la emigración de parte de nuestros paisanos a otros países europeos, principalmente Alemania y Francia contribuyó al gran éxodo y por consiguiente la pérdida de población y de actividad en el pueblo.
Los que ya nos acercamos a los sesenta años y quienes les rebasan, recordamos tiendas bar, como la de Antonio y Virgilia, con ese olor a bacalao y la guillotina para cortarlo, la caja de sardinas arenques con cuyos aros de madera de castaño luego les corríamos por la calle y el papel de estraza para envolver y echar las cuentas.
De recuerdos como el anterior nos quedan la estufa y bodega del Bar Los Hermanos, el olor a detergente del comercio de Clemente, el listón de un metro para medir las telas del comercio de Los Pinos, las medidas de litro, medio litro y cuartillo de la lechería de las Marquesas, el olor a vino del bar del tío José, los boquerones del bar de Justo y el olor a pan de pueblo al pasar por las calles donde se situaban las diferentes tahonas.
Un tiempo diferente, más sacrificado, menos intercomunicado, pero todos coincidiremos que más divertido y con menos perjuicios.
Ahora la pregunta sería; ¿hemos salido ganado o perdiendo como pueblo y sociedad?