Cuando uno se dirige a realizar una consulta a un archivo, unas veces se persigue un tema concreto, y otras se realiza la consulta sin saber que te puedes encontrar. Sin embargo, en ambos casos, simpre aparecen informaciones o pequeños datos, que como piezas, se van uniendo al puzle de la historia.
En siglos pasados los vecinos de una villa o lugar, por lo general, pertenecían a alguna cofradía o hermandad, bien por prestigio social, por la labor social que hacían dichas instituciones o por la espiritualidad que se vivía en ellas. Su pertenencia conllevaba, además de las obligaciones espirituales, un sacrificio económico, en forma de multas o gastos que debían aportar los hermanos cofrades para su buen funcionamiento.
El conjunto de las cofradías y hermandades de una parroquia formaban la fábrica de la iglesia, es decir una especie de fondo económico y de bienes para las reparaciones y sostenimiento del templo así como para los ornamentos necesarios para realizar las funciones. Esta fábrica tenía un mayordomo a modo de administrador que a su vez era mayordomo de una de las cofradías.
La administración de las cofradías y el cumplimiento de sus ordenanza era auditadas por un visitador eclesiástico nombrado por el arzobispo.
Todo esto viene a cuento para entender mejor dos causas acontecidas con cofradías de Malpica; una del siglo XVII y otra del siglo XVIII, y los datos que la lectura de las mismas aportan a la historia de Malpica.
1678 Cofradía del Stmo. Sacramento.
La primara concierne a la Cofradía del Santísimo Sacramento y es de 1678. En ella intervinieron los siguientes personajes; Luis Fernández de Portocarrero, arzobispo de Toledo, Josepf de Rivadeneira, mayordomo de la cofradía del Stmo. Sacramento, Francisco de Torres, procurador de Josepf de Rivadeneira, Juan de Cárdenas, teniente cura de la parroquia de San Pedro de Malpica, Julián de Sossa, procurador de Juan de Cárdenas y Pedro Gómez de Mejorada, escribano de la villa de Malpica y de las cofradías.
El 20 de marzo de 1678 el visitador eclesiástico del partido de Santa Olalla, Maqueda, Rincón y Montalbán, a su vez racionero de la Santa Catedral de Toledo, se presenta en Malpica y audita los libros de cuentas de la cofradía del Stmo. Sacramento de la villa. En la visita detecta que no se habían abonado los gastos de la procesión y función del Corpus Cristi, que según el visitador y las ordenanza de la cofradía le correspondía pagar a ésta, por los que el visitador condena a los mayordomos y la cofradía según lo descrito por el escribano de la villa Pedro Gómez de Mejorada:
“En visita ordinaria en nuestra villa, visitó este libro de la cofradía del Stmo. Sacramento que se celebra en la parroquia de esta villa y hayó tomadas las cuentas hasta mil seiscientos setenta y ocho, y las aprobó según? a lugar en derecho y condenó a los mayordomos en los veinte y ocho mil y ocho maravedíes que contra ellos resulta de alcance mandando las paguen la dicha cofradía o a quien en su nombre los ha de haber, dentro de los nueve días penas de comunión y costas de la cobranza. Del cargo a los cofrades del servicio de Dios Nuestro Señor del mandamiento de esta cofradía de guardar sus ordenanzas… Otro si mando a su mayordomo que las siete vacas y dos crías que tienen de dos de ellas, que tiene dicha cofradía se señale con hierro conocido para que no se pierda ni se y se tenga mucho cuidado con las que fueren aumentando.”
Lo primero que observamos es que la cofradía tenía una vacada propia, como también la tuvo la cofradía de Ntra. Señora de la Bienvenida de San Martín de Pusa.
Ante lo ordenado por el visitador, el mayordomo interpone un recurso ante el arzobispo y Pedro Gómez de Mejorada escribano de Malpica y de la cofradía, hace constar que una vez revisados los libros de la cofradía, desde el año 1626 “no se ha llevado derecho alguno ni cura ni sacristán por razón de la fiesta y procesión de la fiesta del Corpus”, y además añade en relación a los bienes de la cofradía:
“…que esta cofradía no tiene censos ni renta alguna y que la cera que se trae para el Jueves Santo y fiesta del Corpus Cristi se llega de limosna que dan los vecinos de esta villa y de una soldadesca que cada año se hace ofrecimiento el martes de carnestolendas que se comenzó desde el año setenta y uno para que hubiese para las candelas de estas festividades y para cuando sale su divina Majestad y los enfermos, que es necesario todo los años ocho cientos reales poco más o menos para dicha cera y si no fuera por dicha soldadesca y limosna de dichos vecinos se hubiera perdido la dicha cofradía por no tener censo ni renta alguna…”
Aprovechando lo indicado por el visitador eclesiástico, el cura y el sacristán solicitan los gastos parroquiales de la procesión y función del Corpus de los últimos seis años.
Como vemos, vamos descubriendo primeramente la antigüedad de la cofradía, que según lo expresado sería del primer tercio del siglo XVI, en 1626, además nos informan de una fiesta que se celebraba el martes de carnestolendas, es decir el marte previo a la cuaresma o martes de carnaval, consistente en una soldadesca, una representación con disfraces, para recaudar fondos para la cera de las festividades de la cofradía, principalmente el Corpus y el Jueves Santo.
También en mayo de 1678, Francisco de Torres en nombre de Josepf de Rivadeneira, mayordomo de la cofradía alega contra lo referido por el visitador eclesiástico de esta forma:
“…mandó ver los autos para verificas a causa de prueba como la cofradía no tiene bienes algunos y como los curas han acudido a la procesión del Corpus de limosna de más de cuarenta años de esta parte y que no se hiciera esta festividad si no fuera por la limosna que dan los fieles…”

Por lo dicho por el mayordomo la festividad del Corpus se consideraba una festividad muy popular, impulsada por los propios fieles de la villa, quienes a través de sus limosnas la mantenían, al contrario que en San Martín donde el Corpus constituía una de las fiestas principales de la villa y donde era sufragada con fondos del propio concejo.
El arzobispo Portocarrero manda hacer un informe en el que, además de la aportación que puedan hacer el mayordomo y el cura, se vean las ordenanzas de la cofradía para comprobar si en las mismas estaba recogido que la cofradía debía sufragar los gastos de sus funciones.
Y por ese informe han llegado hasta nosotros las ordenanzas de la cofradía malpiqueña, que fueron realizadas el 21 de febrero de 1626 y que como ya pasara con las ordenanzas de la Vera Cruz de San Martín de 1590, fuero apoyadas por el alcalde mayor del Estado de Valdepusa como fundador, en este caso por D. Antonio de Aguirre y en el caso de San Martín por D. Miguel de Belorado.
En dichas ordenanzas aparece todos los cofrades fundadores y también nos cuentan que en Malpica ya existía la cofradía de la Vera Cruz, pues la reunión para debatir la necesidad de tener una cofradía del Stmo. Sacramento se produjo tras un cabildo de ella.
Las cofradías y el reparo de la iglesia 1737
Otro ejemplo de esas piezas de puzle que van apareciendo para conocer y componer la historia la tenemos en otras dos cofradías malpiqueñas, la de Ntra. Señora de Bernuy y de la Ánimas, la historia es la siguiente:
En 1737 D. Manuel López Aguirre, cura propio de la parroquia de San Justo de Madrid había heredado un beneficio de inventario tras la muerte de D. Juan de Prada y Santa María, quien fue cura propio de San Martín de Pusa y su anejo Malpica, pues este señor cura recibe una deuda de seiscientos cuarenta y tres reales por unas obras que se llevaron a cabo en la iglesia de Malpica y que según él corresponden pagar a la fábrica de la iglesia o a las cofradías de la villa, por lo que recurre al arzobispado.

El arzobispo, en este caso D. Luis Antonio de Borbón y Farnesio, nombra como comisionado visitador al cura de Mesegar D. Juan de Prado y manda que se nombre un maestro albañil para que con su “saber e inteligencia” confirme si las obras que se realizaron eran necesarias, para lo que fue nombrado Alonso Álvarez, vecino de Mesegar y que varios testigos declaren sobre las obras llevada a cabo.
Como testigos declararon; Fray Eugenio de la Asunción, religioso de la orden calzado de Nuestra Señora del Carmen, del convento de Navalmoral de Pusa, Juan del Villar, vecino de Malpica, Francisco Sánchez de Mejorada, vecino y regidor de la villa, Manuel Gómez Rosendo, vecino de la villa y Alonso Álvarez, maestro de albañilería y vecino de Mesegar.
Los testigos coinciden en que sobre el año de 1729 o 1730 se produjo un gran socavón a forma de cueva por la barranca de detrás de la capilla de Ntra. Señora del Rosario y la capilla mayor de la iglesia de Malpica debido a la acción de las aguas del Tajo. Incluso alguno de los testigos afirman que se podían meter bajo los cimientos del templo, donde aparecieron huesos y una calavera de los enterrados en la iglesia. Alguno llegó a afirmar que esa parte de la iglesia quedó “en vilo”, por lo que el edificio amenazaba ruina.
Por ello el cura difunto decidió realizar un “reparo”, como dicen los documentos, para lo que contrató al maestro de albañilería de San Martín de Pusa, Pedro de Espinoso, la obra consistió en:
“Se hizo el dicho reparo con su cimiento muy hondo con cal y piedras hasta coger el de la pared y amacizando y rellenando con el mismo material todo el hueco socavón y cogiendo con un faldón que se hizo en la misma barranca, para que las aguas del río cuando crezcan no la vuelva a derribar y socavar, que con dicha obra y reparo tiene por cierto el testigo está asegurada la iglesia de la ruina…”
Para el maestro de albañilería de Mesegar la obra que se había realizado era la correcta, así como el coste de la misma.
El arzobispo dio por buena la información y mandó emplazar a los mayordomos de las cofradías para ver si se hacían cargo del coste, que había sufragado en su momento el cura fallecido D. Juan de Prado. Hasta tres notificaciones de rebeldía tuvieron que realizar para poder convocar a los mayordomos, hasta que el veinte de enero de 1738 se persona en Malpica D. Bartasar de Villaba y Huerta, notario apostólico nombrado por el arzobispo y escribano ordinario de Cebolla.
El veintinueve de junio de 1738 D. Francisco Flores, cura propio de San Martín de Pusa y su anejo Malpica, recibe la declaración de consentimiento de los mayordomos de las cofradías; Francisco Gutiérrez de Encinas, mayordomo de la fábrica de la iglesia y de la cofradía de Ntra. Sra. de Bernuy y Andrés Gómez de la Flor, mayordomo de la cofradía de las Ánimas y en nombre de otras cofradías.
El mayordomo de Ntra. Sra. de Bernuy “tiene a bien y consiente el abono de los doscientos cuarenta y tres reales de los gastos causados en la obra y reparo ejecutado en la pared de la iglesia…”
El mayordomo justifica el abono, porque la fábrica de la iglesia no tiene caudales, no así la cofradía de Ntra. Sra. de Bernuy, de la que dice; “…ni le hace falta la cantidad ni partida que en la expresada partida se hubiese puesto y contribuido por tener caudales sobrados para sus gastos.”
Por su parte el mayordomo de la Ánimas dijo; “que no se le ofrecen reparo alguno en el abono de dicha cantidad de gastos, en atención a que dicha cofradía al tiempo — de la citada visita no tenía caudales algunos con que haber contribuido a dicho gasto, y en todo concluye diciendo que no sabe lo justo de dicha pretensión y por tal lo deja al justo proceder de su Eminencia el Cardenal.”
Por éste expediente conocemos, además del furor de las crecidas del Tajo cuando todavía era un río, que no solo ponía en jaque las defensas del castillo, si no también las más humildes construcciones de la iglesia y su detallada reparación.
Del mismo modo conocemos que existían enterramientos en el altar mayor y en el de Ntra. Sra. del Rosario y la forma tan diferente de afrontar los gastos; pues la cofradía de Ntra. Sra. de Bernuy alardeando de su exceso de caudales y la más modesta de las Ánimas haciéndose cargo de los gastos, más bien por imperativo de su Eminencia.
También aprendemos que en esa época y en casi todas, hubo clérigos que entre el espíritu y el dinero, lo segundo era lo primero. Para todo esto sirve la historia.
FUENTES: Archivo Diocesano de Toledo. Cofradías Toledo, Caja 50, Expediente 7.